Cada año, en el mes de marzo, las noches de luna llena, las playas al sur de California se tiñen de plateado debido a los cuerpos brillantes de miles de peces que salen a la arena. Son los gruñones que han salido del mar para poner los huevos que se convertirán en las futuras crías, preservando la especie.
Al llegar la marea más alta los gruñones llegan, arrastrados por las olas, en grupos de cientos de individuos que quedarán retorciéndose en la arena. Las hembras serpentean con parsimonia y sepultan todo su cuerpo en la arena hasta que sólo la cabeza queda afuera. Cada gruñón macho elige una pareja, se arrastra hacia ella y forma un anillo a su alrededor para depositar la esperma al mismo tiempo que la hembra pone los huevecillos. La siguiente ola devolverá la pareja al mar pero muchos quedarán varados, lejos del alcance del agua y se convertirán en alimento de gaviotas y otros predadores.
Si las hembras desovan en el momento y el lugar preciso de la llegada de la esperma, los huevos fertilizados permanecerán en la arena húmeda durante las siguientes dos semanas fuera del alcance de cualquier predador marino, hasta que la fuerza gravitacional de la luna y el sol se combinen para producir la marea más alta del mes. La vibración que producen las olas contribuirá a la rotura de los huevecillos. Las crías, con gran esfuerzo saldrán de su entierro, después el agua arrastrará a los jóvenes gruñones al mar donde permanecerán durante toda su vida.
Es probable que los gruñones actuales hayan heredado esta práctica de desove en la playa de las generaciones que los precedieron pero, la razón por la cual la adoptaron y la siguen practicando es un misterio para los estudiosos de la conducta animal. Quizás en el principio de la historia de los gruñones existían pocos predadores en la costa, lo que la hacía más segura que el fondo marino. Si así fue, podríamos explicarnos por qué un pez correría el riesgo de poner sus huevecillos en la arena, lejos de la seguridad que le brinda el mar.